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Vivir en pareja


El encuentro - La otra mitad - El amor - Posiciones relacionales

Distancia - El deseo - El poder - Relación y sentimientos

Relación creativa - Soledad - Violencia - Celos



Con la pubertad (que es tratada en otras páginas) nuestro cuerpo cambia, nuestra sexualidad se pone de manifiesto, y esta sexualidad que no puede realizarse en la esfera familiar, va a servir de separador, nuestros objetivos van a situarse fuera de casa; nuestra afectividad se vuelca poco a poco hacia el exterior, amigos, amigas u otros adultos que deberían llenar el vacío relacional dejado por la prohibición incestuosa hacia nuestros padres, durante el complejo de Edipo.

Son los tiempos de nuestras primeras emociones, de nuestras primeras pasiones amorosas, de nuestros impulsos sexuales y la búsqueda manifiesta de otros cuerpos; de un contacto intimo.

Es el nacimiento de nuestra vida de adulto sexuado; el principio de un camino que nos llevará con más o menos éxito a una vida de pareja y a la creación de nuestra propia familia.

 

 El encuentro


Un día, sin que sepamos claramente por qué, alguien, entre la multitud, sobresale como resplandeciendo.

Todos nuestros sentidos, despiertos por el deseo, hacen que encontremos una mirada, una expresión, un tono de voz, un cuerpo, un detalle, un algo que nos entusiasma, nos moviliza, nos empuja casi irremediablemente hacia esa persona.

Para cada uno de nosotros las razones son diferentes; y es que cada uno de nosotros es diferente; diferente y único.

La manera de encontrarse es muy personal. Unas veces será alguien de nuestro entorno, en este caso una amistad, una relación de trabajo o de estudio, que se trasforma poco a poco en amigo intimo hasta despertar en nosotros unos sentimientos amorosos. Otras veces será la sorpresa, una especie de comunicación casi inconsciente, de mirada a mirada, de gesto a gesto, de detalle a detalle, la que hará que vayamos al encuentro de esa persona.

No hay ni mejor ni peor manera de encontrarse, lo importante es encontrarse. Y esto puede ocurrir a cualquier edad y en cualquier lugar. Lo que es cierto es que vale la pena esperar. Cualquier precipitación puede acabar en fracaso. Saber decir no, rápidamente, cuando íntimamente nos damos cuenta que una relación no es viable, evitará mucho sufrimiento inútil para los dos.

Hay que tener confianza en uno mismo, en nuestra capacidad para encontrar y reconocer la persona con la que podemos ser felices. Y la certeza de que existe, y que "nunca es tarde si la dicha es buena".

Donde nos encontramos: por orden de importancia, bailes, bares, centros sociales y culturales, trabajo, Internet, agencias matrimoniales, etc.

Ocasiones que predisponen al encuentro: vacaciones que son muy propicias al encuentro, salidas, viajes, actividades deportivas, reuniones, centros de interés y un largo etc.

Un consejo: ponte guapa, guapo, deja tus sentidos despiertos, sal, ve al encuentro, con lo mejor de ti, tu naturalidad, que la tienes. Cualquier cosa, menos quedarte encerrado, esperando un milagro al que has cerrado la puerta.

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 La otra mitad


La expresión "mi media naranja" esa mitad que nos falta para hacer un todo, para, al mismo tiempo, complementarnos y completarnos.

Todos somos seres incompletos, aunque sólo sea porque ser una cosa implica no ser lo contrario: si yo soy hombre es porque no soy mujer y sólo esto ya hace que sea incompleto. Ese estado incompleto induce en nosotros el deseo de encuentro de esa otra mitad, con la que formaremos un todo, "la pareja".

Cuando mis deseos de entregarme encuentran tus deseos de acogerme, un milagro se realiza, los dos nos sentimos completos, plenos, la felicidad toma color de realidad.

Así la historia de una pareja consistiría en encontrar la pieza del rompecabezas que encaja con la otra.

Misión casi imposible: de la misma manera que cada uno de nosotros es diferente, nadie es nuestro perfecto complemento y por si fuera poco evolucionamos y cambiamos.

¿Se puede pretender que el otro evolucione y cambie a nuestro ritmo, y en el mismo sentido? Entre nuestros deseos y la realidad existe un abismo donde todos los milagros son posibles. Tal vez el amor que genera el deseo sea el más importante. Se tendrán que limar muchas asperezas, ser sutiles, comprensivos, respetuosos, tolerantes, para hacer posibles esos "milagros".

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 El amor


Cómo a Cupido, el amor se representa con una venda en los ojos, porque el amor vuelve ciego. Con alas, porque el amor "da alas" nos hace soñar con un futuro lleno de posibilidades. Con un arco y con flechas, porque el amor apunta a ciegas y hiere a cualquiera, hace sufrir.

Del amor se habla mucho, pero si tuviéramos que definirlo, no nos sería tan fácil, y es que definir los sentimientos…, cuesta y es muy personal; además, a menudo hablamos del amor en general, mezclándolo todo: amor propio, amor al prójimo o prójima, los amores al deporte, al arte, música, cine, etc.; lo que nos procura bienestar y lo que nos hace sufrir.

Vamos a intentar acercarnos al amor en la pareja y dentro de ésta hacer una clara distinción entre la pasión amorosa y el deseo de bienestar del otro "amor adulto".

El amor en la pareja debería partir del supuesto de que los dos miembros de ésta se aman y desean compartir sus vidas juntos. Amarse en el sentido de desear el bienestar del otro y de implicarse en su realización.

El amor pasión

Cada vez que citamos la palabra amor deberíamos intentar ponerle el calificativo correspondiente: amor deseo de tu cuerpo, amor necesidad de ti, amor sueño imposible, amor imagen de ti, amor dependencia, amor entrega, amor ideal, amor espera, amor seguridad, amor miedo, etc. Cada calificativo en el fondo corresponde a una necesidad personal, que se manifiesta en un deseo con relación al otro; y un deseo que no puede satisfacerse genera un sufrimiento, "una pasión". El amor apasionado parte de nosotros, de un sufrimiento personal que busca solución a través del otro; es un amor bastante egoísta, puesto que gira entorno a un eje central, nosotros mismos.

Pero el amor apasionado que tanto nos hace soñar, ese amor ideal que nos hace palpitar y sufrir, que nos da alas; ese amor que buscamos sin cesar, debería transformarse en un amor más posado, más…, digamos "razonable", y ésta transformación se opera cuando la pasión da paso a la confianza entre los dos, cuando nuestros miedos cesan o se atenúan, dando paso a una relación que se basa el deseo de bienestar del otro; cualquier otra búsqueda personal en nuestra relación amorosa, conduce al sufrimiento.

La espera de que el otro satisfaga nuestras necesidades, (que en muchos casos ni conocemos realmente) nos conduce a una especie de egoísmo, en el que el otro serviría sólo para complacernos, consolarnos, calmar nuestros apetitos, nuestros miedos, nuestras frustraciones, etc.

Es posible que en muchas ocasiones nos de la impresión de que un amor sin pasión no sea un verdadero amor; que sea un amor "insípido"; que nuestras emociones se hayan quedado como dormidas. Hay que reconocer que un amor apasionado conlleva una carga emotiva importante, que nuestras emociones se multiplican, se potencian; que nos da la impresión de vivir algo extraordinario, y de hecho lo es: pasamos de una especie de embriaguez mental, de euforia, etc., a un sufrimiento no menos importante, que en el caso de un amor imposible puede durar indefinidamente.

Pero el fin del amor pasión es estimularnos para encontrar pareja, y hay que reconocer que el sistema funciona bastante bien.

Los peligros

Impedirnos ser objetivos idealizando excesivamente: hay que tener claro que no es lo mismo vivir "un gran amor apasionado" que vivir una vida con alguien; que la pasión puede volvernos ciegos e impedirnos ver con suficiente realismo si una vida al lado de esa persona, es posible y deseable, lo que no siempre es el caso.

Los amores imposibles "platónicos" que nos dejan en un continuo sufrimiento de desesperante espera. En este caso hará falta un esfuerzo sobrehumano para "renunciar". Pero es necesario. Si no, corremos el riesgo de arruinar nuestra existencia. La solución pasa por alejarse y dejar de echar leña a ese fuego en el que podemos perecer quemados; nos puede parecer difícil o hasta imposible, pero cualquier fuego se extingue si no se le hecha leña; y después de la tormenta siempre sale el sol.

La vida está llena de sorpresas y es muy probable que otro día, en otro lugar, el amor nos sorprenda y pueda realizarse.

La comparación. Otro peligro, el de las personas que después de haber vivido un amor apasionado, del que guardan un grato recuerdo, intentan encontrar ese amor en sus actuales relaciones matrimoniales; lo que les lleva, en general, a una vida de pareja llena de esperas y de decepciones. Un amor es único e irrepetible, y en la pareja donde hay buenas relaciones, el amor apasionado tiene escaso lugar, o mejor dicho es de otra naturaleza; lo que no quiere decir que no sea posible rememorar las pasiones y revivirlas de vez en cuando.

Cada uno de nosotros tenemos un ideal de amor, construido a partir de nuestras vivencias. En él se incluyen los amores románticos que nos da el cine, la literatura, la poesía, las canciones, etc. Estos amores, delicados, maravillosos, eternos como finales felices de película, que quedan como suspendidos en el tiempo, porque la película se acaba o porque mueren los amantes, nos pueden dejar un sabor de boca dulzón, con la idea de fondo de que un amor apasionado y eterno es posible. Si viésemos la segunda parte, estaríamos sorprendidos, si Romeo y Julieta no hubiesen muerto, si hubieran vivido juntos, si sus pasiones se hubiesen calmado, si los problemas de la vida cotidiana, los hijos, etc., etc., se hubieran impuesto a ellos, ¿no se parecerían bastante a una pareja cualquiera? El amor romántico puede ser un peligro para nosotros, porque es un amor pasión idealizado, que nos deja en la espera de un amor poco probable, por no decir imposible, y que puede impedirnos vivir un amor verdadero, realista, un amor de adulto.

La lista de los peligros sería interminable, y va de lo anodino hasta lo más dramático: el crimen pasional, pasando por las depresiones y los suicidios.

El amor adulto

Este amor, (que por supuesto no excluye ciertas pasiones) es el amor "deseo de bienestar del otro" porque amar a alguien es, sobretodo, desear su bienestar. Y, exagerando, podemos decir que hasta el punto de abandonarlo, para que pueda se feliz; de lo contrario estaríamos viviendo un amor más hacia uno mismo, que hacia el otro. Es probablemente ahí donde se sitúa la diferencia entre el amor pasión y el amor del otro.

Después de un amor apasionado, que nos ha permitido "conquistarnos", poco a poco la confianza se establece entre los dos, los temores se atenúan o desaparecen, la pareja toma cuerpo, el amor cambia de naturaleza; la intimidad gana terreno; las relaciones sexuales nos acercan en un lenguaje "cuerpo a cuerpo", calman nuestras tensiones, vivimos en una especie de comunión, donde nuestros deseos se dirigen hacia el otro; su bienestar nos importa y nos sentimos bien a su lado, serenos y confiados. En definitiva, felices. Esto no quiere decir que no puedan existir problemas, faltas de entendimiento o momentos de debilidad. En todas las parejas los hay, porque nadie es perfecto, pero si el deseo que nos anima es el del bienestar del otro, el amor hará milagros.

El sentimiento amoroso es casi un milagro, porque hace que nos sintamos admirables en la mirada del otro. Cuando lo vemos reír, nos sentimos de buen humor, su bienestar produce el nuestro. Nuestros sentimientos de felicidad los encontramos en nosotros, cuando percibimos al otro feliz.

¿Cómo mantener viva una cierta pasión? Simplemente no considerando al otro como una propiedad personal, evitando una fusión excesiva. Lo que nos obliga a reinventar la seducción es considerar al otro como alguien que no nos pertenece, que hay que seducir, reconquistar día a día, porque no es nuestro; su cuerpo y sus deseos le pertenecen y si queremos que se dirijan hacia nosotros habrá que hacer "señales de humo", ponerse guapo para atraerla, tener atenciones, delicadezas, etc., en definitiva dejar fluir la pasión y el deseo de seducir.

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 Posiciones relacionales


En toda pareja se establece una relación en la que cada miembro toma una posición con respecto al otro, de carácter bastante inconsciente. La posición del uno influye en la posición del otro: si yo soy dominante el otro tendrá tendencia a someterse, o viceversa. Y si yo necesito distanciarme, el otro tendrá tendencia a aproximarse; si yo aporto ayuda moral, bienes materiales, el otro tiende a convertirse en demandante.

Cada uno influye pues en la respuesta del otro. Es gracias a esta dinámica que se establece un cierto equilibrio que hace posible una relación armoniosa.

Cuando los dos miembros de la pareja tienden hacia el mismo polo, por ejemplo hacia el poder, este equilibrio se rompe y la relación enferma. Eso se extiende al resto de los aspectos de la relación.

Si no hay elasticidad, si cada uno se queda fijo en su posición, el conflicto y sus consiguientes tensiones crecen y pueden acabar por acabar con la pareja.

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 Distancia


¿Cómo seguir siendo yo mismo en mi pareja? Entre mi deseo de estar con el otro y la necesidad de seguir siendo yo mismo, (sentimientos contradictorios) va a nacer una necesidad de distancia; distancia necesaria para no sentirme invadido, absorbido, fundido en la masa, pieza exclusiva de la pareja.

¿Cómo puedo ofrecerme a ti, si no soy yo mismo? Necesidad de sentirse libre para ir libremente hacia ti, ser yo mismo para poder ofrecerme.

¿Cómo puedo acogerte en mí, si no te siento diferente? Necesidad de diferenciación; necesito sentirte diferente para ir hacia ti, para desearte, acogerte, amarte, fundirme contigo sin miedo a ser absorbido.

Una proximidad excesiva permanente puede acabar con la pareja, y es que una pareja se construye con dos personas diferentes para, justamente, intercambiar lo que tenemos. Nuestras diferencias nos enriquecen mutuamente y nos permiten ser nosotros mismos; una proximidad excesiva y permanente en la pareja absorbe a los dos seres que la componen, impidiendo un intercambio verdadero.

Es necesario respetar la necesidad que tenemos cada uno de esta distancia que nos permite existir; seguir siendo nosotros mismos, diferentes, para poder seguir desearnos y amarnos mutuamente.

Si me alejo es porque necesito sentir que existo por mí mismo, si en ese momento te acercas, mi necesidad de alejarme será más fuerte; es posible que te sientas culpable; culpable de no haber sabido guardarme; creerás que me alejo porque no te amo, pero en realidad me alejo porque tengo miedo de dejar de amarte.

La buena distancia es la que permite a cada uno ser uno mismo, respetando los sentimientos del otro.

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 El deseo


¿Qué deseamos? Lo que no tenemos o lo que nos falta. A nadie se le ocurre desear lo que ya tiene, a menos que su insatisfacción sea patológica, y en ese caso nada podrá satisfacer el deseo.

Pequeño ejemplo de deseo: cuando tenemos sed, ésta se manifiesta con un deseo de beber; si no nos es posible, este deseo va a transformarse en sufrimiento, que irá aumentando hasta volverse insoportable, y en el caso de la sed, hasta la muerte. Si satisfacemos nuestro deseo obtenemos una satisfacción inmediata que llamamos placer.

Este ejemplo (poco romántico) puede servirnos de modelo para comprender el sufrimiento que pueden provocar nuestros deseos, y también del placer.

Al principio una necesidad; algo nos falta; algo que en muchas ocasiones es inconsciente; a nuestras necesidades nuevas (sexuales) se unen las pérdidas sufridas a lo largo de nuestra existencia: las separaciones carnales (madre hijos), más tarde de dependencia, reconocimiento, valorizaciones, calor humano, afectos, juegos, etc. Todo esto que hemos tenido y perdido (o no), queda suspendido en nuestra memoria, nos falta y se manifiesta de vez en cuando a través de nuestros deseos.

El deseo en la pareja es el deseo de relación mutua sexual (cuerpo a cuerpo), de la complicidad, del reconocimiento, de la confianza, del proyecto en común, de la realización personal, etc. y el placer, mejor dicho felicidad, en la pareja nace justamente en la realización de estos deseos; y por consiguiente el sufrimiento en la pareja va a emanar de la imposibilidad de realizarlos.

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 El poder


En todo pareja existe una posición manifiesta de poder, porque siempre hay uno que conoce mejor un tema que el otro, siempre hay uno más fuerte que el otro, siempre habrá una idea que triunfará sobre otra.

Si consideramos al otro más culto, más inteligente, más fuerte (lo que denota un cierto complejo de inferioridad), nos someteremos fácilmente a su poder. Pero este poder puede convertirse en una amenaza porque lleva en sí una alienación, "si tu eres más fuerte, yo me siento más débil", "si tu eres más inteligente, yo me siento menos inteligente", "si yo me someto a tu voluntad, me sentiré disminuido, insignificante". Estos sentimientos de inferioridad encierran un deseo de manifestar mi propio poder, de existir por mí mismo; de ahí la necesidad de una cierta alternativa en el poder.

El dominante

Todo dominante, para poder serlo, necesita un dominado.

Todo dominante esconde un miedo a ser dominado, a entregarse, a fundirse en el otro. Por estas razones tiene poca confianza en sí mismo y en los demás e intenta por todos los medios tener razón para poder justificar su poder: "no ves que no tienes ni idea"; culpabiliza: "siempre estás quejándote", "te equivocas vida mía, así no vamos a ninguna parte", y no le basta con ser obedecido, necesita la adhesión del otro: "tienes que reconocer que tengo razón", sólo en esas condiciones encuentra una cierta tranquilidad; pero su punto débil es justamente esta necesidad, porque para ser dominador necesita alguien que se someta, lo que otorga poder al dominado.

El sometido

Todo dominado esconde un sentimiento de inferioridad que le viene dado en mucho por la situación: "el o ella lo sabe todo", (lo que implica, yo no se nada), etc.

Si el sometido se acomoda a esta situación que le infantiliza, todo irá bien, pero sólo durante un tiempo; si necesita manifestarse y las circunstancias no se lo permiten, acabará por deprimirse, o lo manifestará por otros medios: dolores de cabeza, de espalda, enfermedades a repetición, etc. porque esas "enfermedades" le dan el poder de no someterse, (huir para salvar su piel).

Si el dominado se enfrenta, porque considera ese poder injusto, alienante y fuera de tono; corre el riesgo de no ser aceptado, apreciado, de ser abandonado, de no ser amado.

Entre la necesidad de afirmarse y el miedo a ser rechazado va ha nacer una tensión interna que acabará por manifestarse al exterior.

Ponerse a discutir quien es el que hace mejor esto o aquello supone que no está claro, que cada uno puede hacer aproximadamente igual que el otro; esta aproximación excesiva explica, en parte, las dificultades que encuentran las parejas hoy en día. Si yo puedo valerme hasta el punto de "pasar de ti" es porque que tus valores no son suficientemente importantes para mí, que lo que tu me aportas, no me hace falta, porque ya lo tengo y que no existe ningún motivo para que yo me someta a tu poder.

La excesiva autosuficiencia y aproximación en los valores, crean una descalificación del otro; si yo no reconozco tus valores pierdes interés, mi admiración y mi estima por ti desaparecen. Si tu no reconoces mis valores, me siento insignificante, no me siento apreciado ni amado y mi existencia a tu lado ya no tiene sentido. Tal vez no estemos hechos el uno para el otro.

Manifestaciones del poder

A veces, el poder se manifiesta en la vida cotidiana de forma muy sutil, cualquier pretexto es bueno: unos zapatos olvidados, donde el que tiene el poder del orden en casa lo considera inoportuno y la guerra se declara, ¿qué está en juego? El poder y el reconocimiento de este; los zapatos sólo son una excusa, (cualquier tontería es buena para amargarse la vida).

Abuso de poder

El abuso de poder sólo es posible cuando hay una flagrante desigualdad en los atributos que otorgan este poder, ya sean bienes materiales, fortaleza física o intelectual. Abusamos del poder cuando utilizamos éste para forzar al otro, para someterlo a nuestra voluntad, para alienarlo, aprovechando el hecho de que se encuentra en posición de dependencia.

El dinero y el poder

Puede parecer mezquino hablar de dinero en las relaciones de pareja, pero es un hecho. El dinero está ahí. Y, en ocasiones, se manifiesta como un "abuso de poder": "yo soy aquí quien manda y decide, porque trabajo y es gracias a ese dinero que puedes comer, vestirte, etc.", sentencia brutal de falta de reconocimiento; ¿acaso una mujer que se queda en casa, limpia, hace compras, cocina, etc., no trabaja y no facilita la vida a los dos? Lo peor es que en ocasiones uno se cree inferior, porque depende económicamente del otro y le otorga a éste un poder desmesurado.

Tener la sensación de que uno depende del otro y que no podría valerse por sí mismo puede encerrarnos en una sumisión peligrosa, donde todas nuestras posibilidades dependen del otro y que en muchas ocasiones pueden conducir a la depresión y al alcoholismo.

Saberse capaz de poder vivir una propia vida, independientemente del otro, otorga el poder de no someterse a ese "abuso de poder", a no sentirse obligado, encerrado, acorralado, y a decidir libremente.

Sexo y poder

En nuestras relaciones sexuales, que deberían ser un momento de entrega y de intimidad compartida; resurgen, (sin que seamos muy conscientes) las luchas de poder; porque entregarse en nuestras relaciones sexuales es de alguna manera someterse al otro, abandonarse. ¿Cómo abandonarse a alguien al que se considera inferior o superior?, ¿Cómo, (en el caso de sentirme inferior) no caer en la tentación de aprovechar para hacer valer nuestra posición de fuerza pudiendo ofrecerse o no al otro? -"Si manifiesto mi placer, puede creer que lo obtengo gracias a él"; "me gustaría abandonarme en sus brazos, pero si lo hago va a pensar que es él quien controla la situación";- "no tengo ganas" -así tendré el poder de decidir tu placer, de someterte a mi voluntad, aunque para ello tenga que privarme del mío.

La falta de reconocimiento de los valores de cada uno, nos sitúa en una posición de superioridad o de inferioridad frente al otro, que se prolonga en nuestras relaciones sexuales, agregando dificultades a ésta. Con lo agradable que es darse y recibir al otro sin miedos, sin complejos, con el deseo de vivir un momento de plenitud y de placeres mutuos.

Consejos

Conviene reflexionar a las capacidades de cada miembro de la pareja para cada aspecto de la vida cotidiana; cada uno tiene unas capacidades que aportan a la pareja consistencia, soluciones, ritmo, valores, etc.; que hacen que la pareja sea un enriquecimiento para los dos; cada uno de nosotros necesitamos que nuestros valores sean reconocidos y valorizados por el otro; lo que implica una necesaria alternativa del poder.

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 Relación y sentimientos


Casi todos creemos que para que una pareja vaya bien basta con amarse. Sin embargo la realidad nos prueba que no es siempre así. Los sentimientos pueden ser muy buenos y la relación catastrófica, o inversamente; así oiremos decir: "yo quiero mucho a esta mujer, pero es que la encuentro insoportable", también puede ocurrir lo contrario "yo tengo una relación maravillosa con esta mujer, pero no me siento enamorado".

Amor y relación (convivencia) son dos niveles diferentes de comunicación que hay que evitar confundir.

Confundir relación y sentimientos conduce, en la mayoría de los casos, a la incomprensión y a lo que se ha dado en llamar "terrorismo relacional". Son los: "con lo que yo te quiero y lo poco que me ayudas" donde el amor se convierte en coartada para obligar al otro. O los "si me quisieras te ocuparías más de mí" donde te culpabilizo para intentar obligarte a hacer prueba de tu supuesto amor por mí.

Por supuesto cuando amamos, esperamos que nuestros sentimientos sean oídos, aceptados y engrandecidos por nuestra pareja. Nuestros sentimientos necesitan un eco en el otro, pero sin que se apropien de ellos y sin que los utilicen como moneda de cambio, lo que puede conducir a ese "terrorismo relacional" que puede acabar por estropearlos.

Cómo conciliar relación y sentimientos: haciendo una clara distinción entre los dos, evitando utilizar los sentimientos como coartada en las relaciones cotidianas.

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 Relación creativa


Una relación creativa es la que permite el desarrollo de cada uno de los miembros que la componen.

Esta relación supone las condiciones siguientes:

La independencia

Cabe preguntarse si disponemos de un lugar, un espacio o un tiempo que nos sean propios sin verlo invadido o violado por el otro, puede ser un cajón, una habitación, una tarde libre por semana, por mes, etc., lo importante es tener la posibilidad, lo que no quiere decir que lo utilicemos.

Independencia financiera

¿Disponemos de los medios económicos necesarios para sobrevivir sin tener el sentimiento de deber algo al otro?

Independencia cultural

¿Es que mi cultura, mis orígenes, mis valores, mis intereses están reconocidos, valorizados por el otro (y por mi mismo)?

Independencia afectiva

¿Podemos tener relaciones afectivas con otras personas, sin que constituyan una amenaza para el otro y sin qué nos sintamos culpables de vivirlas?

Independencia sexual

¿Mi placer y mis deseos dependen única y exclusivamente del otro?, se trata de saber si tengo suficiente confianza en mis recursos para no tener el sentimiento de depender sexualmente del otro, lo que no implica que tenga relaciones sexuales con otras personas.

Independencia de poder

¿Mi poder sobre el otro le autoriza a un margen suficiente de maniobra real, permitiendo un juego de influencia reciproco? Y ¿cual es mi vulnerabilidad frente al poder del otro? Se debe tener en cuenta que un desequilibrio importante destruye la relación, puesto que para que haya relación tiene que haber intercambio.

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 Soledad


Es posible que, a pesar de vivir con alguien, nos sintamos invadidos por la soledad.

Sentirse solo en la pareja es sentirse desconectado de la persona con quien formamos esta pareja; se pueden tener muchas cosas en común y sin embargo no tener relación común. Por ejemplo, se puede construir una casa en común y al mismo tiempo tener una relación tan pobre que esta otra casa (relacional) se deshabita para acabar siendo como una casa abandonada. No es porque hacemos cosas para los dos que hacemos cosas a dos.

Las soledades en la pareja se viven como un sufrimiento mudo, difícil de explicar; cómo hacer comprender a alguien que estamos solos a pesar de tener un compañero o compañera, y a la larga pueden desembocar en depresiones, conflictos permanentes o infidelidades.

Ocurre que ,a veces, uno de los dos miembros de la pareja (sin mala intención) se aboque excesivamente al exterior de ésta; amistades, trabajo, estudios, clubes deportivos o sociales. Este alejamiento puede dejar un vacío relacional.

Si el entorno de la pareja (familia, amigos, actividades individuales externas) toman demasiada importancia para uno de los dos, el otro se siente aislado, solo. La relación de pareja puede ser inexistente, y esta soledad es aún más perniciosa que la de un soltero, ya que este tiene las puertas abiertas o todo tipo de relación, en ausencia de sentimientos de infidelidad.

La relación en la pareja es como un fuego al que tiene que echarse leña para que se mantenga encendido.

Para que una pareja se mantenga solidaria y unida hay que multiplicar el contacto humano, comunicarse, proyectar en común, realizar en común. No se trata tanto de pasar todo el tiempo juntos, sino de sentirse juntos; de tener el sentimiento de que somos importantes el uno para el otro, que tenemos algo en común. Esa pareja se construye día a día.

Hay que reinventar el momento del encuentro: salir juntos, ir al cine, al baile, al restaurante, de paseo, vivir pequeñas o grandes aventuras en común, multiplicar los momentos de intimidad, de complicidad, de placer, de risas; alejarse un poco de los amigos y los familiares que nos absorben, sustrayéndonos a la pareja.

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 Violencia


En la pareja, la comunicación pasa por la palabra, los gestos, las miradas o las caricias. Pero puede ocurrir que, en un momento dado, la comunicación no funcione y comiencen los procesos de intención, los juicios abusivos, la falta de consideración y otras tantas sutilezas que desembocan en la violencia, en la falta de respeto mutuo, violencias verbales y, en casos extremos, violencias físicas.

Entre dos personas que se supone que se aman, la violencia no debería tener espacio; el amor entre adultos es justamente el deseo del bienestar del otro; cualquier violencia es un atentado a ese ideal que debería animar a toda pareja.

La violencia verbal

Las violencias verbales, paradójicamente, comienzan cuando faltan las palabras; cuando no somos capaces de explicar, de convencer, o mejor, de explicarnos y convencernos, cuando nos sentimos disminuidos, desbordados, cuando la respuesta del otro la recibimos como una agresión, (sobretodo porque no corresponde a lo que esperamos). Son los procesos de intención, el uno piensa que el otro piensa, sin que medie la palabra. La prueba es que lo hace expresamente (sin saber sus verdaderas intenciones), y poco a poco la tensión interna aumenta hasta un punto insoportable y todo explota en violencia verbal: "siempre estás igual, metiendo baza", o peor aún, los insultos: "incapaz, inútil, imbécil", lo que se parece bastante a una lucha de poder (un intento de convencer al otro que somos mejores, que estamos por encima de él) necesitamos sentir que el otro nos quiere y recibimos su falta de amor como una violencia.

La violencia física

La violencia física es una triste realidad; es el no va más en materia de abuso de poder. Quien utiliza su fuerza fríamente para someter al otro es simplemente un extorsionador, un perverso, un déspota que no merece la compañía de nadie y, muy probablemente, un enfermo mental.

La violencia física puede ser también una mala respuesta posible a una agresión. Cuando nos sentimos heridos, humillados, cuando nos faltan las palabras, cuando nos sentimos excedidos y perdemos el control, lo que equivaldría a darse cabezazos contra un muro. Agrediendo a la pareja nos agredimos a nosotros mismos, en cuanto que formamos parte de ésta. En este caso, una vez pasado el acaloramiento, nos sentiremos extremamente deprimidos, culpables, desorientados por nuestra mala respuesta.

En este último caso es preferible irse a correr un rato, lo que tiene la ventaja de calmar las tensiones y evitar lo irreparable.

No todo el mundo tiene la capacidad para controlarse en todas las situaciones; lo que no justifica en nada la violencia que en la mayoría de los casos esconde nuestros miedos; miedo a ser dominados, "devorados", disminuidos, absorbidos, aniquilados, etc.

Si tenemos un carácter algo violento, conviene no acumular tensiones; hablar, decirse lo que no se soporta del otro, explicarse. Vale más una gran discusión que una pequeña violencia.

Aceptar la violencia es perderse el respeto a sí mismo: ya sea moral, verbal o física, la violencia nos sume en la auto desvalorización y, poco a poco, nos sentiremos insignificantes, culpables -¿qué he hecho yo para merecer este castigo? - Sin duda simplemente aceptarlo, y a la larga, acabaríamos pensando que lo merecemos. No hay que encerrarse, lo que sería un primer paso en la aceptación. Hablar en nuestro entorno, pedir ayuda, cualquier cosa antes que aceptar la violencia. Vale más perderlo todo que el respeto a sí mismo.

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 Celos


Tener celos del compañero o compañera es "normal", en ciertas circunstancias; pero cuando la imaginación comienza a jugarnos malas pasadas, los celos pueden transformarse en un sentimiento abominable que envenena las relaciones.

Los celos se nutren de la imaginación

El celoso es un verdadero sufridor, cualquier motivo es bueno para justificar sus celos: una mirada, una sonrisa, una palabra, cinco minutos de retraso, etc., son suficientes para poner en marcha todo un arsenal imaginario: me engaña, está con otro, etc.

Es inútil intentar convencer al celoso de que no tiene razón

Los celos en la pareja son los celos del miedo: miedo a ser engañado (falta manifiesta de confianza), miedo a perder al otro, a ser desposeído. Pero para perder algo, o alguien, primero hay que tenerlo, poseerlo, y es en estos sentimientos de necesidad de tener, poseer, y miedo de perderlo que van a estructurarse los celos en la pareja.

"Tu eres mío o mía y cuando hablas o miras a alguien me desposees de algo que me pertenece".

"No te ocupas bastante de mí, sólo piensas en ti, en tus intereses".

"Tu no puedes dejarme". Miedo al abandono, perdida.

Necesidad. "No puedo vivir sin ti".

¿Qué hacer?

Tal vez la única solución pase por el diálogo y la escucha del otro: dejarle expresar sus miedos, teniendo un cuidado extremo en no caer en sus trampas (tentativas de culpabilizar, manipular), y sin olvidar que sus miedos son suyos, le pertenecen y es responsable de ellos. Se trata sobretodo de dejar hablar al otro, que se vacíe, intentando desdramatizar, con buen humor.

El amor y respeto mutuo pasa por la renuncia de poseer al otro, y la confianza y el deseo del bienestar del otro

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