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"La unión en el rebaño obliga
al león a acostarse con hambre."
Proverbio africano La SGAE y la presunción de inocencia Hay sólidos indicios de que la cúpula directiva de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) ha cometido varios delitos en torno al desvío de dinero de la propia sociedad hacia los bolsillos de los autores de la trama. Y toda una serie de manipulaciones documentales necesaria para facilitar ese desvío. Ese dinero lo hemos aportado casi todos los ciudadanos. Algunos de sus miembros (con perdón) piden ahora que se respete la presunción de inocencia para los detenidos el pasado 1 de Julio de 2011. Es respetable y de lo más legítima esta presunción de inocencia. El asunto, el de la presunción de inocencia, es un derecho fundamental que todos tenemos. Pero los de la SGAE reclaman para sí lo que han abolido para millones de españoles. Y es que la SGAE, con su canon digital, contando con el gobierno como principal cómplice, sanciona preventivamente a todo aquel que ose comprar un escáner o una impresora multifunción con 9 euros de multa "por si acaso". Porque se supone, se deduce, se da por hecho, se afirma rotundamente, que quien compra un escáner va a fotocopiar libros de algunos de los socios de la SGAE para leerlos tranquilamente en una terraza frente al mar. Y a todo arquitecto, fotógrafo, diseñador gráfico, periodista o fontanero que se atreva a comprar un disco duro externo para guardar sus planos, fotos, diseños, artículos o facturas, se le aplicará, por adelantado, una sanción de unos 7 euros porque es culpable de guardar en ese disco duro música, pinículas, libros digitalizados (con el escáner), etc. La SGAE y el gobierno, en estrecha colaboración, recaudan sanciones para repartírselas y utilizan la presunción de culpabilidad del ciudadano como excusa. Y esta excusa se hace oficial en el BOE. Tratan a todos con el mismo rasero; ni siquiera son sospechosos: son culpables, todos cometerán el delito. No solo se aplica el canon a los escáneres y a los discos duros externos. También los teléfonos móviles están afectados. Y las memorias de las cámaras fotográficas, y las memorias USB que usas para llevarte el trabajo a casa, y los CD's, los DVD's, etc. El canon es un disparate tan absurdo como lo sería pagar un peaje para entrar en un supermercado "por si acaso" robamos un bote de colonia. O si en la autopista se nos incrementara el precio con un canon "por si acaso" superamos la velocidad legal. O si se nos metiera en la cárcel un mes al comprar un cuchillo "por si acaso" matamos a alguien con él. Tampoco sería mala idea incrementar el precio de los pañales por si estamos cuidando a un futuro asesino; de este modo los gastos ocasionados a la sociedad estarían cubiertos de antemano. Siempre que hubiera la posibilidad de delinquir, se podría trasladar la idea de la SGAE. Pero no sólo se trata de multar anticipadamente una mera posibilidad de delinquir. Los autores y editores se creen los únicos con derecho a la recaudación por propiedad intelectual. El trabajo de su intelecto, al que no quitamos mérito, les debe proporcionar dinero constante. Sin embargo, un arquitecto, que seguro ha dedicado más tiempo a concebir todos los detalles de un edificio que un cantante una canción, no obtiene réditos posteriores al cobro de sus honorarios. Tampoco un abogado. Sí quieren ganar más por su intelecto, deberán trabajar más. Ni el diseñador de un logo cobra por cada una de las veces que ese logo creado con su intelecto sea visto en una página web o en una factura. Aquí también hay privilegios para unos que no disfrutan el resto de los mortales. La ley y la justicia andan por caminos diferentes. Porque una canción o un libro merecen mucho respeto. Pero un edificio o un puente, también. ¿O es que el creador de un puente cobra por cada foto que la gente se hace sobre él? (No demos ideas...) La SGAE ha abusado de su poder entrando en humildes peluquerías o interrumpiendo bodas para recaudar los derechos de la música que sonaba. La defensa de unos presuntos derechos se ha convertido en un ataque frontal y sin escrúpulos contra su propio público. ¡Y claman por la presunción de inocencia! Si los indignados estuvieran realmente unidos, no
compraría nadie ni un disco, ni un libro, ni iría al cine ni a nada
derivado hasta que se aboliera el canon digital.
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