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Cuaderno de apuntes

Capitalismo ético

Como diría Groucho Marx, eso de capitalismo ético es una contradicción en sus términos. El capitalismo fue creado como una prolongación de la palabra "libertad". En principio, premia a quienes mejores oportunidades saben encontrar y desarrollar bajo el paraguas (aunque no siempre) de la legalidad.

Un componente clave del capitalismo es la competencia. Los consumidores, cada día mejor informados, piden más por menos precio. Otro componente clave es nuestro sistema de valores. ¿Qué valoramos más? Mientras la comida basura alimenta nuestros cuerpos y nos roba la salud propia y la de los hijos, que no nos falte un buen teléfono móvil conectado a Internet las 24 horas del día. En la actualidad, un pollito pasa del huevo al asador en un mes, cuando antes tardaba un año. ¿Es que los pollos de antes eran tontos?

Aunque el tabaco provoca un cáncer muy cruel, prefiero sentirme integrado en una sociedad enferma que cuidar mi cuerpo.

Y puesto que el precio es el factor fundamental en este mundo capitalista, para muchos de los que venden vale todo: ¿lo quieres barato? Pues te lo daré barato. Pero no me preguntes cómo.

Traspasar los límites de lo legal ocurre a menudo. Por ejemplo, grandes flotas pesqueras utilizan redes de hasta 25 kilómetros de largo que arrasan, literalmente, con todo lo que encuentran a su paso. Y ocurre como con el caballo de Atila: ya no crece nada más allí. Tortugas, delfines, corales, etc. mueren a miles cada año porque es más cómodo y rentable este sistema de pesca que entretenerse seleccionando la especie que se va a pescar.

Pero en otras ocasiones, la ley ampara el abuso, la inmoralidad, la destrucción e incluso la muerte de algunos seres humanos para que otros puedan revolcarse en su bienestar.

En África, por ejemplo, los mejores terrenos de los países más pobres han sido vendidos, cedidos o alquilados a empresas extranjeras para que las utilicen en la producción de arroz. Ocurre, paradójicamente, dónde más gente se muere de hambre por falta de alimento. Así, en resumen, el capitalismo permite que lo mejor de una tierra lo utilicen unos pocos (y además extranjeros) para su enriquecimiento personal mientras que sus habitantes se mueren de hambre, en el sentido más crudo y literal posible. Naciones exportadoras de arroz pasan hambruna. Parece un chiste de mal gusto.

Otro ejemplo de la poca ética capitalista es el proceso de destrucción o reciclado de deshechos industriales. Estos residuos se trasladan a los países menos desarrollados para que los niños expongan su salud separando el cobre, el estaño, el plomo o el oro que contienen algunos artilugios electrónicos. Si se intoxican estos niños, nos importa poco.

¿Y cuántos niños se necesitan en las minas de diamantes para que nosotros podamos presumir de éxito? ¿Cuántas guerras siguen olvidadas con tal de que las ventas de armamento occidental no decaigan? ¿Cuántas horas trabajan los cocineros y los camareros de un crucero, cuántos días tienen de descanso y cuánto cobran para que podamos disfrutar como príncipes?

El amianto es cancerígeno y todos los países desarrollados lo saben y lo han prohibido. Pero son precisamente algunos de estos países (como Canadá, por ejemplo), los que exportan este material letal a las naciones en vías de desarrollo sabiendo que provocará numerosos casos de cáncer. En Canadá debe ser ilegal utilizar el amianto pero no exportarlo.

Los ricos han ayudado a Haití a cambio de expoliar sus más hermosas playas construyendo hoteles de lujo,  que explotarán empresas extranjeras. De paso, el amianto que no pueden vender en el mundo desarrollado, se lo encasquetan a precio de oro.

Y así, seguiríamos con una interminable lista de inmoralidades ligadas al capitalismo; un capitalismo que ajusta las leyes a su medida y apoya a los políticos que comulgan con su dios.

Cada uno de nosotros no podemos hacer otra cosa que optar por un consumo ético. El resto, está en manos de esos inútiles que nos gobiernan. Entre lo barato y lo ético, ¿qué eliges tú, qué elijo yo? Quizás vivamos en el mundo que nos merecemos. Quizás, entre todos, tengamos más poder de lo que pensamos.

 


 

 

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