|
|||||||||||||||||
|
Las heridas La mente se convierte, a menudo, en un avaricioso y profundo baúl de amarguras, gritos, golpes, desdenes, insultos y humillaciones. Dentro del baúl también hay barro mezclado con estiércol. Y uno no puede evitar revolcarse una y otra vez en ese barro nauseabundo formado de los deshechos de un pasado que ya no existe. Aunque pasen años, hay que remover el estiércol, como para que no se apague su hedor, como cuidándolo, mimándolo, a ver si escuece tanto como el primer día. Si topamos con una pared con cien millones de ladrillos, sólo nos acordaremos de ella si vemos un agujerito, si falta un ladrillo. Y si alguien nos lo ha dado todo, nos ha llevado a tocar la felicidad, pero al final ha fallado o no ha hecho lo que esperábamos que hiciera, todo lo bueno desaparecerá de nuestro pensamiento y lo negativo se volverá como un martillo que golpeará una otra vez nuestra cabeza. Nunca nos acordamos de lo mucho que nos han dado, pero nunca olvidamos lo que se nos ha negado. Puedes ser el mejor camarero y cocinero del mundo, y hacer lo imposible cada día para que tu cliente encuentre la comida deliciosa. Y esta delicia puede durar años. Pero basta con que caiga una mosca dentro del plato para que tu cliente solamente se acuerde de la mosca cuando piense en ti. La mente es poco elegante con su propietario. Lo castiga continuamente, reabre las heridas sin permitir que cicatricen. Es infame, perversa, degenerada y parece estar hecha de materia corrompida. Y uno se arrodilla sumiso para recibir sus latigazos infinitos. Uno no es dueño de su mente sino su esclavo. Y no sabe como hacerla callar. La mente es muy poderosa, tanto que puede destruirte. Pero tú tienes la facultad de dejar de ser su esclavo para convertirte en su señor. Utilízala, no dejes que te someta, rebélate, y no dejes que ocupe tu espacio. No permitas por un momento más que tu mente te maltrate.
|
|