Encuentros
El ruido había cesado, todas las bombas, disparos y
gritos habían dejado paso a un silencio "ensordecedor".
Una niebla espesa de humo rodeaba todo el campo de
batalla. En varios sectores del bosque ardían pequeñas
llamas confusas. Llamas que eran reflejos perdidos de
anteriores explosiones. Una alfombra de cadáveres
finalizaba el adorno de tal lúgubre paisaje. Los restos
de un avión, que descansaba en un pequeño claro, se
convirtieron en las sábanas de un gran lecho de muerte.
Un fino viento, tímido, sin fuerza alguna, acariciaba
los rostros desfigurados de hombres sin identidad.
Amigos o enemigos, poco importaba ya. Los rifles de unos
y otros, armas inertes, se acariciaban en el suelo
ajenos a la desgracia que habían provocado.
El soldado avanzaba a través
del tumulto de muerte. A través de la niebla y de
árboles carcomidos por llamas. Pasaba por encima de los
cuerpos de sus compañeros. El recuerdo de los buenos
momentos pasados con ellos invadía su pensamiento. Cruda
realidad contrastaba en sus memorias. La tristeza
afloraba su corazón. Un sentimiento de impotencia y de
rabia contenida se mezclaba sin orgullo. Levantaba su
mirada y la perdía en la distancia. Intentaba ver donde
acababa aquella basta extensión. Pero mirase donde
mirase, la desolación parecía ser infinita.
Al cabo de un rato de avanzar
sin rumbo, llegó a las trincheras enemigas. La muerte no
escogía bando, no entendía de "buenos" ni "malos". Hacía
su función implacablemente y sin remordimiento. Tampoco
ahí había nadie, nadie con vida. El soldado se
compadeció de todos sus supuestos enemigos. Un fúnebre
empate. Un resultado merecido a favor de la insensatez
del ser humano.
La misión del soldado era
avanzar a través de las líneas enemigas, llegar a su
trinchera y destruir el puesto de radio. Poco sentido
tenía ya su objetivo, de todos modos se dirigió al
puesto de radio. El barracón estaba prácticamente
destruido. Una alfombra de cuerpos se esparcía por el
suelo. En un rincón vio al aparato. Estaba roto, los
zumbidos de morse se habían apagado para siempre.
De pronto, oyó un leve quejido.
Parecía un espejismo auditivo pero poco a poco se dio
cuenta que su imaginación no le estaba jugando malas
pasadas y que aquello era real. Alguien gemía de dolor.
Vio un cuerpo que se movía ligeramente. El soldado se
acercó poco a poco. Los suspiros eran agonizantes y cada
vez más cercanos. Se alarmó pensando que a lo mejor
aquel desconocido aprovecharía el último aliento de vida
para dispararle. Pero no fue así. Estaba completamente
fuera de combate, prácticamente muerto. Le faltaba una
pierna, seguramente debido al impacto de una bomba, y su
cuerpo estaba rebozado de metralla. Descansaba encima de
su propio charco de sangre. Por fin, con gran esfuerzo
se pudo girar. Las venas del soldado se congelaron al
ver aquello. El hombre que yacía en el suelo era él
mismo. No había duda. El último suspiro de vida lo
dedicó a su propia alma.
Roger
Subirana
http://www.rogersubirana.galeon.com
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