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El hombre negro

Es alto, corpulento, viste elegante gabardina negra, negras gafas de sol, alto sombrero de copa, de porte silencioso, de cuerpo visible o invisible según su voluntad. Su piel es blanca, desmesuradamente blanca. Una piel a la que la vida parece haber abandonado definitivamente. Pero está vivo y me sigue a todas partes. Es más pegadizo que mi propia sombra. Su presencia me consume igual que el viento apaga la llama de una vela. Me provoca un terror inexplicable. Mi sangre se convierte en hielo y mi corazón en piedra ante su oscura silueta. Aparece cuando hay gente a mi alrededor. Es invisible a los demás pero visible a todos mis sentidos. Pero es en mi soledad cuando ejerce mayor fuerza sobre mi ser. Anula todos mis sentimientos positivos y da vida a los negativos. Es como una venda para mis ojos. Me ciega la razón, me impide ser feliz, me impide amar y ser amado, escuchar y ser escuchado, en definitiva me impide vivir y que la gente disfrute de mí. Se alimenta de mi desgracia y mi tristeza. Me siento desamparado delante de su presencia. Indefenso, sin nadie que me pueda ayudar. De todas maneras, nadie me creería ya que nadie más que yo podría verlo. Le puse un mote, "El Hombre Negro", y así es como le conozco.

Intenté evitarlo durante un tiempo. Corría por las calles buscando donde ocultarme. Me encerraba en mi habitación durante días y días. Nada funcionaba, aparecía en todos los sitios y de mil maneras.

Atravesaba las paredes, corría grandes distancias a una velocidad inimaginable, incluso a veces diría que se transformó en más de un hombre negro ya que estaba presente allá donde mirase. En otro momento de mi vida lo odiaba con todas las fuerzas y decidí que debía acabar con él. Me compré una pistola y esta vez fui yo en su busca. Las balas le atravesaron la piel sin hacerle efecto alguno, tampoco podía alcanzarle ya que nunca podía acercarme a menos de dos metros de distancia por muy rápido que fuera. Era una batalla perdida.

Después de comprobar su aparente indestructibilidad me desmoroné por completo. Me resigné, tiré la toalla y permanecí en una actitud totalmente cobarde. Me sentía como una presa que va a ser devorada irremediablemente por su depredador. Lo único que deseaba era que el hombre negro terminara conmigo lo más pronto posible. Pero parecía que supiera leer dentro de mi mente, ya que sin llegar a matarme, me hacía sufrir día tras día, noche tras noche, segundo a segundo. No podía seguir más con aquella eterna agonía y decidí que la muerte era mi única salvación. Cogí la pistola que en un principio tenía que ser mi salvadora y la convertí en mi propio verdugo. La coloqué apuntando a mi cabeza y... no pude apretar el gatillo. Caí en el suelo, moralmente decaído y ahogándome en mis propios sollozos.

Con el paso de los años, el tiempo reparó un poquito mi desgraciado ser, hasta que por fin pude recapacitar un poco sobre lo sucedido a lo largo de mi vida. Y un día, casi por casualidad, vino a mi mente la única posibilidad que tenía contra el hombre negro.

Nunca antes había reparado en ello, a lo mejor por la sencillez de la solución o simplemente porque siempre me había dejado llevar por mis sentimientos y nunca por el arte de la reflexión. Me había equivocado al intentar evitar al hombre negro, también me había equivocado al intentar enfrentarme a él con el propósito de exterminarle y, por supuesto, tampoco era la solución correcta resignarse a su suerte. No había recapacitado en que el hombre negro, formaba parte de mí. No era un personaje externo, era la personificación de mi sombra interior. Por lo tanto, como tantas otras cosas, debía aceptarle y no repudiarle. Tenía que aprender a convivir con él. A respetarle y a quererle aun sabiendo de sus nefastos propósitos. A partir de aquél día las cosas cambiaron y con el tiempo, a veces incluso desaparecía de mi presencia de tal manera que solo recordaba que existía cuando lo tenía ante mis ojos.

Creo que todos tenemos un hombre negro, que forma parte de nosotros aunque no nos demos cuenta y la única manera de afrontarlo con éxito es aceptarlo y aprender a convivir con él.

 


 

 

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