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Todo o nada

A veces nos empeñamos en pasar a blanco y negro la película de la vida, que es en technicolor. Es una apuesta que suele perderse de antemano. O soy el ganador siempre, o dejo de practicar deporte. O eres como yo quiero que seas, o te considero enemigo. O piensas como yo, o te considero un ignorante.

No hay matices; todo es absoluto. Ni siquiera grises. El mundo se somete a  condiciones imposibles de cumplir. 

La intolerancia lo reina todo: o me amas apasionadamente, o te vas porque entiendo que ya no me quieres. Y en la comprensión no caben cientos de posibilidades circunstanciales, como un malhumor esporádico, una forma distinta de amar, o el propio malestar al convivir con alguien de pensamiento polarizado.

Apostando por el todo o nada uno se queda, la mayoría de las veces, con ese nada, sin poder disfrutar del casi todo. El pretender que un amigo se quite un pendiente, y si no se lo quita significa que no se es amigo, termina con el alejamiento de ese amigo y, seguro, con las cientos de cualidades que enriquecían la relación. Y todo por un pendiente colgado de la oreja (normalmente).

Como decía el proverbio: el que busca un amigo sin defectos, se queda sin amigos.
 

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