Tener razón Si optamos por tener razón, por demostrar que nuestros planteamientos son válidos, invalidando los de nuestro interlocutor, que por lo general son nuestra pareja sentimental, nuestro amigo, nuestro compañero de trabajo, nuestro hermano, nuestro hijo, nuestro padre... estaremos iniciando una batalla en la que no habrá ganadores, como tampoco los ha habido en ninguna guerra. Nos pondremos a la defensiva, de forma obstinada, se creará resentimiento hacia el otro si "hemos ganado" o hacia uno mismo si nos hemos quedado sin argumentos. El simple hecho de querer tener razón ya es un error de planteamiento. Ganar el trofeo de la razón es una lucha que desgasta a los dos interlocutores finalistas. Se cierran los puntos de vista, todo es en blanco y negro y, si no estás conmigo, estás contra mí. Si nadie tira las armas al suelo, puede ser una larga batalla sin sentido pero con numerosos efectos colaterales. En toda disputa, lo más probable es que todos tengamos parte de razón, pero la obstinación por dejar nuestro orgullo intacto impide que se compartan los puntos de vista que surgen para llegar a una conclusión enriquecedora y mucho más completa. Normalmente, cuando se quiere tener razón a toda costa, se traspasa la barrera de lo personal. Ya no se discuten los argumentos sino las capacidades personales del adversario, poniéndolas en duda, en el mejor de los casos. Paradójicamente, querer tener razón no suele ser lo más razonable. Si lograr un objetivo tan discutible significa herir, separarse, humillar, insultar, lo mas sensato es bajar la guardia, disculparse e interesarse por el punto de vista del otro, que siempre tendrá alguna novedad que podamos aprovechar. Pero, por lo general, el orgullo es demasiado suspicaz para tomar una actitud que no sea otra que ponernos siempre a la defensiva. Ver al otro como parte de nosotros, sin prejuzgarlo de antemano, sin pensar que sus pensamientos diferentes son un ataque frontal, puede acercarnos mucho más a esa razón que buscamos. Pero, sobre todo, a un bienestar tanto propio como de quienes nos relacionamos cotidianamente. Querer tener siempre la razón no es lo más razonable. Si me apuras, ni siquiera tiene sentido.
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