La superioridad del otro ofende La mediocridad no hace daño, no ofende. Pero si nos topamos con alguien que sabe sacar fuerzas de flaqueza, que es fiel a sus principios, que expresa sus principios aún cuando se ve amenazado y que sabe salir airoso de la adversidad... ofende, nos daña. Y es precisamente porque pone de manifiesto nuestra incapacidad para ser lo que somos, defendiendo nuestros principios, y nos confirma que un mínimo temor es suficiente para acatar las manipulaciones externas. La superioridad ajena es una amenaza constante. Si vemos al otro más preparado, con más aptitudes personales y profesionales, con un mayor atractivo físico y con una personalidad que arrasa, sentimos que lo nuestro puede estar en peligro: nuestro trabajo, nuestra pareja, nuestras relaciones sociales y familiares, y nuestra propia autoconfianza. Al mismo tiempo ataca, sin que necesariamente tenga que saberlo, nuestros principios de toda la vida, eliminando su solidez y dejándonos en evidencia ante nuestros compañeros. Es, ante nuestros ojos, un provocador sin contemplaciones. Nuestra reacción es adoptar una actitud defensiva porque, realmente, es toda una ofensa personal. En todos los ámbitos, en el trabajo, en los estudios, en el circulo de amistades, en la familia, o en la vida social, la persona superior ofenderá a cada paso. Esto es algo prácticamente inevitable, pero tenemos que ser conscientes para aceptarlo, gestionarlo y, al final, olvidarlo.
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