Cuaderno de apuntes

Aprender a valorar

Tendemos a simplificar demasiado, sobre todo aquello que menos deberíamos. Tal vez es por el ritmo de vida que llevamos, tal vez porque nunca nos hayamos parado a pensar en lo que nos rodea y en las personas que nos rodean. En la mayoría de los casos no le damos importancia alguna a casi nada, salvo al partido del domingo y a los cubatas de fin de semana. Las cosas irían mejor, nos irían muchísimo mejor, seguro, si apreciáramos el valor que tiene cada cosa y si cuidáramos lo realmente importante un poco más.

Una secretaria (o un secretario) no es simplemente un puesto de trabajo que cumple unas tareas determinadas intentando adivinar las intenciones del gran jefe indio. Una secretaria (o un secretario) es una persona que colabora mucho en el crecimiento de una empresa. Junto con el resto de puestos de trabajo pueden hacer que el propietario nade en la prosperidad. Pero el empresario no tiene ni tendrá nunca el dinero suficiente como para compensar a muchos de sus empleados los malos ratos que han pasado atendiendo su puesto mientras sus hijos estaban enfermos y a los que habían tenido que sacar de la cama muy pronto para llevarlos a casa de sus respectivos abuelos. Tampoco un empresario es un explotador por definición. Seguro que los hay que pasan 24 horas diarias esforzándose para que todo funcione. En consecuencia, cientos de familias tienen una vida digna.

Los clientes tampoco son simplemente los que pagan las facturas. Algunos recomiendan a la empresa, hacen de vendedores gratuitamente, ayudan a crecer. Pero se tratan, muchas veces, como apestados cada vez que vienen con sus problemas. Y las mentes simples no caen en que cada problema es una oportunidad de mejorar la relación y de prosperar.

Una casa no es un conjunto de cuatro paredes y muebles. Bastaría con dormir bajo la lluvia un par de noches para besar el suelo del hogar cuando volviéramos a pisarlo. Es un hogar, un refugio, un taller de entretenimiento, un sitio fresco cuando afuera hace calor, y cálido cuando en la calle caen los chuzos de punta. En ella hemos visto crecer a nuestros hijos.

Habría que calibrar el enfoque que le damos a las parcela de nuestra vida. El reloj, que cada vez parece ir más deprisa, impide que ni siquiera tengamos tiempo de caer en la cuenta de lo que significa cada cosa y cada persona para nosotros. Todo lo damos por hecho, como si los cafés con leche de la mañana, los miles de cafés con leche de las miles de mañanas que nos hemos tomado antes de salir de casa, se hicieran solos; no se nos ocurre, ni de lejos, que hay un poquito de amor en cada uno de ellos. Y a ese poquito de amor se le suele dar otro poquito de indiferencia, en el mejor de los casos (¡joder, que frío está el café éste), como respuesta.

Tenemos suerte de que las personas que nos rodean no actúen como las flores o el campo, a los que si no se les riega adecuadamente nos devuelven a nosotros lo mismo que de nosotros han recibido: nada.

Por todo esto, y por unas pocas cosas más, no estaría mal que, en lugar de fijarnos tanto en los detalles anodinos (llega siempre 10 minutos tarde) apreciáramos sinceramente y transmitiéramos ese aprecio hacia lo verdaderamente importante (puedo confiar en él totalmente) que recibimos de todo y de todos los que conforman nuestro entorno.

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