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Relaciones internas

Antes de pretender optar a unas excelentes relaciones con los demás, primero debe conseguirse una buena relación con uno mismo. Es imposible mantener un ambiente de calma con las personas más cercanas si no conseguimos mantener la tan buscada paz interior.

Si buscamos la felicidad fuera de nosotros, es obvio que no la hemos encontrado dentro. Si buscamos el amor fuera de nosotros, indica que no nos amamos lo suficiente. Y si nosotros no nos amamos, ¿cómo vamos a saber aceptar que otros puedan amarnos? ¿Nos lo creeremos? ¿O tal vez desconfiemos siempre del amor que puedan darnos?

La armonía interna es la base sobre la que se apoyarán las buenas relaciones con los demás. El desequilibrio interior contagiará todo aquello que toquemos. Para simplificar:

Según sea la relación con nosotros mismos, así será con los demás.

Pero esto, además, es una vía de doble dirección. No podremos dar amor si no nos amamos primero. Pero tampoco podremos recibirlo porque lo rechazaremos directamente: si no somos capaces de aceptar nuestro propio amor, ¿cómo vamos a aceptar que alguien nos ame? Si realmente pensamos que no servimos para nada, ¿cómo nos sentará que alguien nos muestre su admiración?

Es una forma peligrosa de andar por la vida. Nuestra opinión de nosotros mismos influye en nuestras elecciones. Si nos despreciamos, elegiremos personas que nos harán daño (alguien de nuestra propia condición: un fracasado), trabajos que no quiere nadie, y nunca pensaremos en la posibilidad de ser felices porque ni se nos plantea el caso.

Precisamente son esas elecciones las que marcarán nuestro destino, nuestra forma de vida. Si estamos convencidos de que no servimos para nada, no optaremos a un buen trabajo, no se nos ocurrirá estudiar una carrera, ni pensar que una excelente persona esté seriamente interesada por nosotros. Rechazaremos, en resumen, todo lo bueno que se ponga por delante por el solo hecho de pensar que no somos merecedores de nada bueno.

Para empezar, debemos amarnos a nosotros mismos para poder dar y recibir amor. Dejar de juzgarnos para no juzgar y ser juzgados continuamente. Y aceptarnos. Porque cuando consigamos una relación armoniosa con nosotros mismos, lo demás vendrá solo.
 

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