Cuaderno de apuntes
07-08-2008

Meditaciones veraniegas entorno al perro del hortelano

La conducta humana resulta muchas veces de lo más sorprendente. Lo del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, tiene múltiples variantes pero una cosa en común: con tal de que el otro no sea feliz, soy capaz de sufrir yo el doble si hace falta. Este modalidad de tortura suave se lleva muchas veces a cabo de forma inconsciente, otras, de forma compulsiva. Y puede llevarse en los genes.

Ejemplo 1: Un niño tiene en su habitación unos 800 juguetes de los cuales no le gustan unos 798. Sólo falta que llegue su primo, al que no ve desde hace meses, y que éste se encapriche con un simple palito de tambor (que forma parte del conjunto de los 798 componentes ignorados), para que se monte la de San Quintín en versión Cinemascope Plus Surround MegaXL. El niño de la casa, con tal de que el otro no disfrute, porque verlo disfrutar duele, es capaz de morirse en el intento y hacer todo lo que haga falta para controlar un simple palito, del que seguramente desconocía su existencia.

Ejemplo 2: Una pareja llega a la conclusión de que su vida en común es como vivir en una sala de torturas con todos los aparatos inventados hasta el momento para el castigo físico y moral. De mutuo acuerdo, deciden emprender sus vidas por caminos separados y llevan a la práctica esta sabia decisión.

Pero, repentinamente, crece en uno de los dos (o en ambos) la idea de que el otro pueda ser feliz con otra persona. Esa idea es insoportable ni siquiera como lejana posibilidad. En lugar de buscar la propia felicidad, la realización personal, y la paz interior, lo que se suele buscar es la manera de hacerle la vida imposible al otro. ¿Que el otro sea feliz? ¡Ni hablar!

Y así, se procurará informar al nuevo pretendiente de nuestro viejo amor de sus horribles defectos, de su personalidad mediocre, sus vicios, de lo mal que huele, y lo que ronca y lo torpe que es en la vida sexual. Y, por si esto falla, también explicarle al ex amor los rumores que corren acerca de su nuevo descubrimiento, adjudicándoles todos los vicios y las peores profesiones posibles, incluyéndose en el catálogo las más antiguas del mundo.

A esto se añadirán molestias continuas, como reproches por no atender como se merece a los hijos, inconvenientes para que los vea cuando toca, etc. etc. El caso es putear lo posible, concentrar toda nuestra mente en amargar la vida al otro hasta el límite extremo sin contemplar, ni por asomo, la propia felicidad. Ésta se vendría abajo al constatar que también el otro vive en armonía consigo mismo. Es que a veces parecemos tontos.

Ejemplo 3: La madre ha visto como su hijo abandonaba el nidito de nacimiento para irse ¡con otra mujer que la ama! ¡Como si ella no lo hubiese amado incondicionalmente desde incluso antes de nacer! A partir de ahí, en lugar de buscar, como en los ejemplos anteriores, una forma de llenar sus jornadas con actividades agradables, se evitará cualquier momento que no consista en consumir el tiempo averiguando que tipo de comida come el nene, si pasa penurias, si la tortillita se la hacen cruda por un lado y quemada por el otro, como a él le gusta, etc.

Sus visitas como madre y suegra (lo es simultáneamente sin ser consciente) al hogar causarán estragos. Toda palabra está premeditada, (aunque las espontáneas serán peores) ninguna agradable con tal de dar constancia de que la vida de su hijo ha perdido muchísima calidad desde la torpeza de la boda. Y mas con "esa".

Lo curioso es que esta madre sufre y hace sufrir. Como el perro del hortelano, ni vive ni deja vivir.

En todos los casos aparecen sentimientos derivados de los celos, o como una mezcla de celos, envidia, miedo y sentimiento de inferioridad. Veamos otro ejemplo.

Ejemplo 4: Una pareja acaba de conocerse. Ella es guapísima, más que guapísima, espectacular. Él tiene que procurar que no se enamore de otro por todos los medios posibles. Hay que controlar, a tope, cada momento de la vida de ella. A dónde vas, de dónde vienes, por qué te has vestido así, a quien quieres seducir, hoy no tendrías que ir a la peluquería, y quien es este al que le sonríes así... etc.

El miedo a perder a una persona puede, en el ejemplo, llevar a conductas asfixiantes que, si bien pueden conseguir su objetivo a corto plazo (nadie se meterá en medio de los dos, porque la chica está controlada a tope), al final ahogará la relación. Será una relación forzada. Vemos también que los dos sufren, uno por miedo, y otro a causa de la actuación del otro. El chico, ni es ni será feliz, ni dejará que el otro lo sea.

Ejemplos los habría a miles en los diferentes ámbitos en los que nos movemos: el jefecillo del trabajo, el coordinador de la asociación de defensores del mejillón cebra, el antiguo campeón regional del club de golf, el candidato a candidato del partido político, el vecino de abajo, el camarero que me cuenta cada vez las mismas penas y no me deja relajarme unos minutos, la suegra, mi santísima madre, yo mismo, etc.

Tal vez todos tengamos un gen de ese famoso perro que, con tal de no dejar comer, tampoco comía y se murió de hambre. Como deber para este verano te propongo que si ves algún indicio de conducta perruna-hortelanina en ti, sueltes un poco la cuerda (mejor aún: la cortes) y, seguidamente, te preguntes si alguien ha ganado en calidad de vida.

Vivir con unos lastres que nos autoimponemos ya son ganas de castigarnos tontamente.

 

 
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