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Perdonar y olvidar

Es posible que alguna vez hayas pronunciado esa frase tan socorrida: "Yo perdono pero no olvido". Si es así, el perdón no es completo, la memoria sigue ocupada en una ofensa dolorosa y el rencor todavía está actuando dañinamente contra uno mismo.

Lo más adecuado es cambiar el punto de vista de esa mala experiencia. Para ello se tiene que extraer una enseñanza que nos sirva para el futuro, para que no vuelvan a hacernos daño con tanta facilidad. Sin embargo, eso no debe significar actuar con absoluta desconfianza hacia los demás, ya que una mala relación con todo el mundo no hará otra cosa que perjudicarnos a cada momento. Basta con estar atentos: todo el mundo merece nuestra confianza hasta que se demuestre lo contrario.

Si alguien nos ha herido tendríamos que haber aprendido a actuar con prudencia, ser más selectivos a la hora de elegir nuestras compañías y resolver un conflicto a tiempo, sin esperar a que el daño aumente a cada día que pase. Deberíamos, al mismo tiempo, aprender a perdonarnos a nosotros mismos por no habernos sabido proteger en su momento.

La ofensa debe ser comprendida, aceptada y, finalmente, olvidada. Hay que soltar ese lastre tan dañino. Nadie es perfecto; no exijamos la perfección de nadie, ni siquiera la propia.

Pero perdonar no significa necesariamente rehacer la relación con la persona que nos ha castigado una vez tras otra. Tampoco significa lo contrario. Significa que, sin desearle daño alguno, debemos elegir, a cada momento de nuestra vida, a las personas con las que nos sentimos bien. Si se da el caso de que una persona nos hace sentir mal, hay que perdonarla, olvidar la ofensa y, finalmente, olvidar al ofensor.

En cualquier caso, debemos liberarnos esas emociones negativas que nacen de mantener artificialmente una herida abierta.

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