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El orgullo tiene precio

Las fronteras entre el orgullo, la soberbia y el amor propio son, casi siempre, difusas. No vamos a centrarnos en describir sus diferencias ni similitudes, sino las consecuencias de llevar los dictados de una actitud orgullosa al límite.

El caso es que el orgullo, ese ego que tiene la piel más fina de lo normal, hace, ni más ni menos, que no se acepte la realidad. Y, a partir de aquí, surge una completa variedad de emociones negativas que solapan a la razón, anulándola por completo en la mayoría de las ocasiones.

El orgulloso se siente herido por presuntos ataques personales que, en realidad, no lo son. El padre que ha creado un imperio sueña ya que su hijo se haga cargo de él y lo multiplique. Sin embargo, si este hijo opta por ser pastor de ovejas, es tomando como una grave ofensa, como un insulto al trabajo y al sacrificio de varias generaciones.

El orgullo convierte la elección de otra persona, completamente lícita, en una herida difícil de curar. Se genera un sentimiento de desprecio y, a partir de ese momento, cualquier acción razonable brilla por su ausencia.

Quizás llegue a romperse la relación con el hijo, quizás la madre sufra injustamente, quizás el hijo opte por no volver a ver a los padres cansado de recibir reproches día sí, día también.

Hay veces en las que se gana, otras en las que se pierde. El no aceptar que las cosas son así, el hecho de tomar como humillación la victoria ajena, una sugerencia como una censura, crea posturas insostenibles: ese ya no es mi amigo. Y perder un amigo por una por la realidad distorsionada del orgullo, es un precio demasiado caro. Una postura orgullosa puede destrozar una relación, la unidad familiar, el futuro estable de los hijos, la posición económica y, finalmente, la propia salud.

El orgulloso, aunque en el fondo sepa que no tiene ni un ápice de razón, hará todo lo posible para mantener su postura, con tal de no reconocer ese estado de estupidez temporal que todos tenemos frecuentemente.

Lo más triste de todo es que una nimiedad suele convertirse en una pesadilla, tanto para el propio orgulloso como para los que le rodean. Y, ante eso, tal y como venimos diciendo, debe optarse por razonar, analizar la situación, y actuar en consecuencia. Lo contrario, dejarse llevar por las emociones, demuestra cierto punto de insensatez e inmadurez.

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