Soy demasiado sincero El zumo de naranja es excelente para la salud. Pero si se toma en exceso, hace daño. Con la sinceridad pasa algo parecido. Algunas personas somos "demasiado sinceras" y nos amparamos en esta aparente virtud para justificar el lanzamiento a discreción de dardos envenenados hacia, sobre todo, quienes más nos quieren. Y queremos (¿?). Como decía Maquiavelo, "los hombres ofenden antes al que aman que al que temen". Y bien cierto debe ser puesto que esa falsa sinceridad nunca se practica sobre quien se teme; nadie le dice al director de la empresa que su barriga da asco o que es un borracho y un putero (cosas, todas ellas, que pueden ser sinceras simultáneamente). Si bien podemos partir de que la sinceridad es una cualidad y el engaño algo detestable, toda posición radical conduce a situaciones gratuitamente perniciosas. Es curioso que ese "exceso de sinceridad" surge según le interese a uno. Por ejemplo, si el médico me prohíbe fumar o beber, o he estado chateando con una venezolana, mi sinceridad no llegará al extremo de narrarle a mi mujer mis relaciones transatlánticas, o de confesarle al médico que "sólo" he probado un pitillo en toda la semana (cuando en realidad ha caído un paquete diario). Nadie es, pues, tan sincero como proclama. Y la palabra "sinceridad" es tan solo una bandera sobre la que ondean dudosas intenciones, poco tacto y falta de respeto hacia quienes nos rodean. La sinceridad extrema, la mal entendida, convierte al individuo en un ofensor compulsivo. Hay situaciones en las que la sinceridad sólo juega un papel maligno y destructivo. Tal puede ser el caso en el que los invitados a la cena tengan que escuchar que la anfitriona sólo se ducha a final de mes o que el anfitrión se masturba dos veces al día. Aún siendo así, está muy claro que ha habido mala intencionalidad y, por tanto, manipulación. Las palabras tienen un momento y un lugar adecuados para ser fructíferas. Los prejuicios, basados en lo que se nos ha inculcado desde pequeños, y cuya solidez debería ser cuestionada periódicamente, pueden hacernos actuar con una sinceridad apoyada en la mentira: una paradoja sin competencia. Es habitual utilizar, muy sinceramente además, una palabra que empieza por "p" cuando una mujer conquista a muchos hombres. Pero si un hombre hace lo propio con muchas mujeres, es un machote. La transmisión de la misma sinceridad tiene efectos totalmente opuestos, creando una situación de injusticia que debería poder evitarse. Es importante valorar las consecuencias de esas supuestas verdades que se sueltan a la menor oportunidad que se presenta. En primer lugar, porque pueden no estar basadas en la realidad sino en la imaginación. Luego, porque pueden hacer mucho daño innecesario, porque suelen ser pronunciadas fuera del contexto adecuado (lo que amplifica su carácter maligno), y porque las formas nunca son las más correctas. Si hay que ser sincero, o se es en todo o mejor pensárselo: sólo suelen decirse las verdades desagradables y se omiten las agradables; sólo se habla cuando los macarrones han salido salados o crudos, pero el silencio reina cuando están muy buenos, caso que suele darse casi siempre. Las más de las veces, no es necesario pronunciar palabra alguna si todo lo que se nos ocurre es algo evidente que no aporta nada.
P.S. Perdona mi cruda sinceridad en esta ocasión :)
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