Cuaderno de apuntes La sorprendente ingratitud Leemos un dicho popular ruso, que por ser ruso no está exento de su aplicación fuera de Rusia: "Tal es la naturaleza del hombre, que por el primer regalo se postra ante ti; por el segundo, te besa la mano; por el tercero, se muestra afectuoso; por el cuarto, mueve la cabeza en señal de aceptación; por el quinto, esta demasiado acostumbrado; por el sexto, te insulta; y por el séptimo, te demanda porque no le has dado lo que se merece." Veamos dos variantes posibles (seguro que hay más) que surgen por el hecho de recibir algo de alguien. Puede ser un favor o un regalo material. En ambos casos, quien ha actuado desinteresadamente, sale con la determinación de no repetir jamás la experiencia mientras se vea en su sano juicio. La primera variante es que el "donante" acaba siendo el responsable absoluto de las consecuencias de haber "donado". Es el caso, por ejemplo, de ver como un amigo pasa ciertos apuros por no tener un programa adecuado en su ordenador, programa cuyo uso podemos sugerirle, hacer el trabajo de localizárselo y suministrárselo; e incluso poner dinero de nuestro bolsillo sin importarnos lo más mínimo. Suele darse el caso de que "ya que estás aquí, ya que has sido tú el que ha tenido la genial idea, ya que yo no puedo perder tiempo ("me haces perder el tiempo con tu idea") en aprender su funcionamiento..." tienes que enseñarme como funciona y hacerme ese trabajo que tengo que entregar ahora mismo. No contemplamos la posibilidad de que la elección pueda provocar errores que deriven en pérdidas de dinero. Vemos que de una aportación bien intencionada se deriva una obligación posterior amparada en todo cuanto se pueda amparar: amistad, responsabilidad, sentido común... Pero, lo más grave es que, si se da el caso de que no se puede o, simplemente, no se quiere hacer esta "ampliación" de favor, resulta que quien ha actuado en principio con la mejor de sus intenciones acaba siendo un mal amigo y una persona sin escrúpulos. Nacen resentimientos mutuos. La otra variante es el hecho de sentirse en deuda con quien nos ha hecho un favor. Esto es debido a una confusión entre la reciprocidad y el intercambio. Y es que una relación debería estar basada en la reciprocidad: si tu estás en apuros y yo puedo, te ayudaré porque para eso somos lo que somos. Otra, el intercambio: yo te he ayudado cinco veces y tu tres. Eso no funciona nunca. Si hay una relación sana, el que ayuda en un momento dado no contabilizará sus donaciones. Y quien recibe, igual. Se trata de un equipo que usa los mejores momentos de cada componente y en el que a nadie le importa dar todo cuanto esté en su mano. Pero si nos sentimos en deuda, se generará un desequilibrio que, tarde o temprano, deberá resolverse. Si nos sentimos en deuda, nos sentiremos en una situación de inferioridad con respecto a quien nos ha hecho un favor; esta situación debe romperse lo antes posible. Una forma es haciendo otro favor, un regalo, un reconocimiento, o un convencimiento de que los problemas del otro contarán con nuestra aportación cuando se presenten. La verdad es que poco importa la forma en que se salga del sentimiento de estar en deuda. Lo que importa de verdad es que hay que salir de él. Cuando no se sabe, no se puede o no se quiere hacer la devolución de un favor, vienen los problemas. La mente de quien ha recibido se pone en marcha para crear todo tipo de argumentos con el fin de no reconocer lo recibido. Los hechos se distorsionan y todo se interpreta de tal modo que al final resulta que quien está en deuda con nosotros es, adivínalo, quien nos ha ayudado sin esperar nada a cambio, actuación que desemboca en los límites de la mezquindad. Hay que saber gestionar las ayudas recibidas aunque sea con un simple, pero sincero, reconocimiento; hay que dar, aunque sea de vez en cuando y, sobre todo, eliminar esa convicción que asume que los demás tienen obligaciones respecto a nosotros.
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