Cuaderno de apuntes
18-05-2008

Las generalizaciones

Una de las formas más incomunicativas de conversar se consigue utilizando generalizaciones. Éstas no sólo no aportan nada útil sino que lo poco que aportan suele ser falso y despiertan emociones negativas en quien escucha.

Las generalizaciones que emitimos contienen palabras que actúan de apisonadora hacia las ideas alternativas, base de toda conversación constructiva. Cuando se escucha (o se dice) con frecuencia "nunca", "siempre", "todos", "todo", "nadie", "nada", "ninguno", etc., seguramente nos encontremos ante una comunicación totalitaria. Quien lo usa no admite, por lo general (no vayamos a ser generalistas ahora) contemplar otros puntos de vista que no sean los suyos o sus derivados.

Si decimos "nunca haces una factura correcta" estamos ante una generalización perversa. Pero no sólo eso, sino que esta manera de hablar, pobre de por sí, tiene el detalle de no decir nada, de no colaborar en la solución del problema, y de, como colofón, levantar emociones negativas en la persona que recibe el comentario. Lo adecuado sería señalar en una factura concreta el inconveniente concreto y apuntar la mejor manera de evitarlo, aceptando de antemano la posibilidad de que nadie está en posesión de la verdad.

Estas palabras universales (todo, nada, siempre...) pueden ser omitidas, por lo que a veces es complicado detectar cuando se está generalizando. Por ejemplo "los catalanes son insolidarios" equivale a decir que "todos los catalanes son insolidarios", una afirmación que me incluiría a mi, emitida por alguien que no me conoce ni sabe lo que hago ni lo que dejo de hacer. Vemos que ignorar los detalles de un hecho, hace que se opte por generalizar ante la imposibilidad de concretar. Cuando faltan argumentos, se acude a la generalización.

Un modo de desactivar este tipo de comunicación es usar la palabra apisonadora, aún cuando esté omitida, como pregunta: ¿nunca he hecho una factura correcta?, ¿todos los catalanes?

Otro tipo de generalización se da con palabras que se usan a modo de restricción, como el verbo "poder" ("no puedes hacer eso"), o las palabras "posible" e "imposible" ("no es posible que me digas eso"). También se usan los "deberías", "no deberías", "tendrías", "no tendrías" ("no tendrías que pedir un aumento de sueldo en momentos así"), o "esto no se hace". Estas modalidades asumen que la verdad nace y muere en la persona que emite la sentencia, dando a entender que las ideas del otro están fuera de lugar y sin validez alguna.

Para hacer frente a este lenguaje imperativo, se puede preguntar "¿qué pasaría si pidiera un aumento de sueldo?". Usar la típica pregunta "¿por qué no debo pedir el aumento de sueldo...?" da lugar a una sentencia, como venida del cielo, por respuesta ("todos lo entendemos menos tú", "porque ahora no es el momento, ya te lo he dicho"), mientras que si se usa el "qué" o el "cómo", puede abrir la conversación hacia otros puntos de vista.

Otra modalidad de generalización se construye con dos supuestas equivalencias. Si decimos "tiene mal humor, seguro que no se lleva bien con su mujer", estamos dando por verdadero, sin prueba alguna, que no se lleva bien con su mujer, cuando a lo mejor sólo le aprietan los zapatos. Para contrarrestar este tipo de afirmaciones sin fundamento, también se acude a una pregunta: "¿cómo has llegado a la conclusión de que su mal humor se debe a que no se lleva bien con su mujer?"

Toda esta serie de generalizaciones son bastante típicas en la comunicación y se dan por indiscutibles. La habilidad radica más en detectarlas que en deshacerlas. Al hacerlo, comprobaremos que estas generalizaciones no se sostienen ni con pinzas.

 

 

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