Cuaderno de apuntes Los fracasos Los errores, los fallos, los fracasos, las derrotas, son siempre mal encajadas, nos dejan un sabor de boca muy desagradable, tanto que muchas veces se decide hacer todo lo posible para no volver a probar ese mal sabor. Pero los errores son inevitables. Quien no hace nada no comete errores, salvo el de perderse grandes cosas, el gran error de la renuncia. Lo peor de los errores no es su consecuencia. Podemos haber puesto un negocio y haber perdido aún mucho más dinero del que teníamos. La consecuencia inmediata es un severo correctivo económico. Y tal vez una avalancha de críticas de los que envidiaban tu valor. Pero hay una consecuencia peor, y es la que debe evitarse a toda costa: los fracasos acobardan, inhiben, nos someten, nos hacen perder la confianza en nosotros mismos. En el ejemplo, si después de haber tenido que cerrar el negocio nos pasamos cinco años pagando un préstamo, lo más probable es que no nos atrevamos ni con un carrito de helados. Los mismísimos leones, los reyes de la selva, fracasan 4 de cada 5 intentos en sus acciones de caza frente a indefensas cebras y gacelas. Sin embargo, no se ponen a llorar por su torpeza, sino que saben que tarde o temprano conseguirán el objetivo. Se deben ver todos los errores como aliados en nuestro camino. Siempre nos enseñan algo. Analizarlos, sacar conclusiones ver qué es lo que se ha hecho mal para evitarlo la próxima vez, es la parte positiva del error. Un error es el mejor maestro posible. Las lecciones magistrales las dan los errores cometidos. Asimilar las derrotas con naturalidad, como parte del propio éxito, es otro de los puntos fundamentales. Todos los grandes equipos de fútbol encajan goles, pierden partidos. No se les ocurrirá abandonar la actividad aún en las peores rachas. Es parte del juego, de la misma vida. Si quieres alcanzar el éxito tendrás que convivir con los fracasos. Por supuesto, nada de arrepentimientos ni sentimientos de culpabilidad: todos nos equivocamos, todos tenemos el derecho a hacerlo. No está escrito en la Constitución, pero debería estarlo. Y, sobre todo, no perder la confianza, las ganas de volver a intentarlo dentro de nuestras posibilidades, tal vez con más prudencia, pero sin renunciar a nuestros objetivos. Que los errores no se conviertan en ese acosador moral interno que nos repite una y otra vez que no servimos para nada y que nuestra vida corre por el sendero del fracaso.
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