Cuaderno de apuntes
30-03-2007

La ecuación de la vida

Una ecuación matemática no es más que una igualdad entre las dos partes que la componen. Por definición, la igualdad siempre se cumple, y cualquier modificación en uno de los lados del signo "igual" afecta al otro; todo tiende al equilibrio. Si no fuera así, no estaríamos hablando de una ecuación: sería otra cosa.

Con la vida parece ocurrir algo similar. Nosotros estamos a un lado del signo igual, y la vida que nos ha tocado, al otro. Cualquier desequilibrio tenderá al equilibrio.

No es suficiente con manejar con soltura las ecuaciones para ser un buen matemático, pero sí estaremos de acuerdo en que es fundamental. Del mismo modo, reducir la ciencia de la vida a un par de reglas es tan inapropiado como inapropiado sería olvidar las más básicas.

Un principio fundamental sería éste: actúa con los demás del mismo modo que esperas que los demás actúen contigo. O, dicho de otro modo, pórtate con los demás como si tú mismo fueras los demás. Sea como sea, los demás acabarán portándose contigo del mismo modo como tú te hayas portado con ellos. Así que en tus manos está elegir el modo en que quieres ser tratado.

Volviendo con las ecuaciones (que por cierto tienen tantas más posibilidades de cumplirse cuánto más desfavorables nos sean), cada golpe que demos, nos será devuelto. La vida, la existencia o las circunstancias no tienen la otra mejilla para ofrecer: van directamente al grano y sin contemplaciones. Con contundencia y fundamento, como diría un famoso cocinero vasco.

Por muy poca atención que pongas, podrás comprobar que el orden de los factores tampoco altera el producto. Se suele dar lo que se recibe. Quien ha sido maltratado, suele acabar maltratando a su familia. Quien ha vivido el chantaje emocional como táctica manipuladora, es ya un experto manipulador emocional. El odio recibido genera odio hacia los demás. El sentimiento de culpabilidad se transmite de generación en generación. La desconfianza genera desconfiados y no puede inspirar de ninguna manera confianza alguna. Y la imposición, aunque pueda conseguir una sumisión momentánea, acabará siempre en rebelión y, si no se rompe la cadena, el sometido pasará a someter.

Quien no se ama a sí mismo no puede amar a nadie. Y quien no se cree merecedor de la felicidad no puede encontrar a nadie que, según él, merezca ser feliz. Y, mucho menos, alegrarse de ello si se diera el caso.

Te invito a poner el contador a cero, a borrar las cuentas con saldos pendientes y a que, a partir de ahora mismo, pruebes a sembrar solamente aquello que esperas cosechar. Aunque solo sea por romper con esas cadenas que parece que nos pongan al nacer. Por supuesto, siempre habrá alguien que responda con mezquindad ante tu generosidad, pero sólo serán unas pocas malas hierbas que puedes apartar cómodamente de tu vida y que, en ningún caso, afectarán los resultados.

 

 

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