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Corrupción

Decir que el poder corrompe puede ser cierto. Las noticias de las personas más corruptas ya forman parte de lo cotidiano. No obstante, decir que el poder corrompe puede ser una verdad parcial, incompleta. Deberíamos preguntarnos por qué no era corrupta esa misma persona antes de llegar al poder. Y la respuesta podría ser que no podía, que no tenía las herramientas necesarias: necesitaba el poder, precisamente.

Así, para dar rienda suelta a la corrupción en todo su esplendor, hace falta conseguir cierto grado de poder sobre los demás, llevarles ventaja, someterlos, pedir cuentas sin que nadie pueda pedirlas.

No es el poder el que corrompe sino que más bien son los corruptos los que buscan el poder para poder sentirse realizados como personas, para liberar su frustración, su estado reprimido, y hacer callar e intentar complacer su infeliz mente. Con el poder podrán hacer todo lo que su corrupción les dicte. Pueden esperar pacientemente hasta llegar al poder, pero cuando lo consigan, liberarán los deseos y ansiedades encerrados en su olla a presión. Nadie ni nada detendrá sus obsesiones internas, sus hambre de más poder y corrupción. Incluso encontrarán más posibilidades, descubrirán nuevas formas de ser más corruptos de lo que podían haberse imaginado.

No es que el poder corrompa: el poder quita el antifaz de niños buenos y descubre la verdadera personalidad de quien lo ejerce. El poder es a los corruptos lo que una pistola para un asesino. Es tierra abonada para que las malas artes alcancen su máxima expresión.

La corrupción difícilmente puede desarrollarse sin poder. Es por eso que el poder es tan deseado, es una oportunidad sin parangón para aprovecharse de los que están debajo, una gran ventaja para eliminar todos los obstáculos que puedan presentarse, un camino llano hacia los objetivos creado por una mente perversa, una exteriorización de la suciedad más profunda y arraigada de uno mismo.

Es posible que el poder corrompa, aunque sólo es posible. Lo que sí es cierto, prácticamente indiscutible, es que el poder atrae a las mentes corruptas tanto o más de lo que atrae la miel a las moscas.

 

 

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