Cuaderno de apuntes

No controles la ayuda

Hay una pequeña historia que seguramente ya conoces. Pero por si acaso, ahí va:

Un hombre estaba atrapado en el tejado de su casa mientras una inundación hacía subir el nivel de las aguas. Abrazado a la chimenea, sintió que se le acercaba el fin. Imploró a Dios: "Dios, ayúdame". Y Éste le contestó: "Te ayudaré, no temas por tu vida".

Un rato después  llegó un vecino en una canoa y lo invitó a subirse en ella. Pero el hombre atrapado le gritó: "Gracias, pero Dios está de camino y me salvará".

Las aguas seguían subiendo cuando pasó un forastero con una lancha que se ofreció a sacarlo de la situación. Pero igualmente le contestó: "Muchas gracias, pero Dios me ha prometido que acudirá pronto en mi ayuda". El forastero tuvo que irse sin poder salvarlo.

El hombre ya estaba subido de pie en la chimenea cuando, de repente, se posó sobre su cabeza un helicóptero que le lanzaba una cuerda para llevárselo. Pero igualmente rechazó la ayuda indicando que estaba más seguro con la que le ofrecía el mismísimo Dios.

Al final pasó lo que tenía que pasar: el hombre se ahogó. Llega al cielo, se dirige directamente al Gran Jefe y le recrimina su falta de seriedad. Y le pregunta: "Por qué no me ayudaste como prometiste", a lo que Dios respondió "Lo intenté, fui en tu busca en canoa, en lancha y en helicóptero pero me rechazaste las tres veces".

Partiendo del hecho de que si necesitamos ayuda es porque no sabemos o no podemos resolver un problema (puede ser una relación sentimental, la salud, o cualquier otro conflicto), lo mínimo que deberíamos hacer es calmar ese ego que quiere controlarlo todo y estar abierto ante las posibles soluciones que aparezcan. No procede dirigir a quienes saben ayudarnos, a quienes tienen más experiencia en tratar asuntos que no podemos digerir.

Un control férreo sobre la ayuda inhibe aspectos imprescindibles para salir de atolladero, como la confianza, la mente abierta, la disponibilidad, la colaboración, la relajación y la capacidad de ver la solución cuando ésta se posa sobre nuestras narices.

El exceso de control suele estar motivado por el miedo, y éste se antepone a la aceptación y a la disponibilidad. Cuando necesitamos ayuda debemos aceptarla sin condiciones, de lo contrario es probable que estas condiciones sean, precisamente, la causa del problema.

Descartar soluciones que han aplicado otros en situaciones similares suele ser una orden dictada por un ego saltado de revoluciones; si fuéramos tan sabios, deberíamos haber evitado toda situación engorrosa. Pero como no lo somos, aceptemos, como mínimo, la posibilidad de que otros sepan manejar la situación. De todos modos, siempre sabremos algo que no sabíamos: que funciona o que no funciona.

Otro punto importante es el hecho de contemplar la posibilidad de dejarnos ayudar. Muchas veces el orgullo, los prejuicios, los complejos, el miedo, la soberbia, o todo junto, imponen sus criterios a la inteligencia y nos lleva a que no pidamos ayuda hasta que la mierda (con perdón) nos llega al cuello. Todo el mundo, sin excepción, pasa por momentos en los que no se puede salir sin la colaboración de los demás.

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