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Celos y orgullo

Una de las combinaciones más explosivas en el ámbito emocional es la que se compone, a partes por igual, de celos y orgullo. Aferrarse obsesivamente a la supuesta persona amada, y, simultáneamente, desconfiar de ella, hace que se experimente un importante malestar cuando se asiste a los pequeños triunfos cotidianos del otro, porque se teme que su independencia, respecto a uno, acabe por alejarlo de nuestras vidas.

El orgullo no permite aceptar ni reconocer la ventaja del otro ni ser partícipe de los momentos amables que la vida le otorgan. La dependencia hacia el otro hace nacer el temor continuo de perder nuestra virtual posesión o, en el mejor de los casos, compartirla.

Los celos, por su parte, tienen también su fórmula compuesta por un marcado instinto de posesión y por la inseguridad perpetua de perder, en cualquier momento, esa posesión. Así, el comportamiento de una persona celosa y, simultáneamente, orgullosa, hace que, por definición, sea una persona insegura de si misma, que necesite continuamente el reconocimiento de los demás (es decir, es dependiente de ese reconocimiento) pero que, al ser orgullosa, no se rebajará nunca a pedir ese reconocimiento ni a mostrar su dependencia. Eso le crea un gran conflicto mental.

El orgullo no es más que el mecanismo de defensa que utilizan las personas inseguras para protegerse de los demás. Por tanto, su autoestima, la valoración de si mismos, es muy pobre. Esto no les permite aceptar a las personas que tienen buen concepto de si mismas, que se sienten seguras y que actúan según sus propias, e independientes, decisiones: siempre las ve como una amenaza, tanto si es la persona amada (puede enamorar a cualquier otro en cualquier momento) como si se trata de un compañero de trabajo (el jefe le otorgará más confianza a él que a mi).

Y puesto que el sentido de la propiedad es muy acentuado (la persona a la que amo me pertenece; este puesto de trabajo me pertenece), no faltan ocasiones en las aparezca alguien con la perversa intención de quitarle sus pertenencias.

Resumiendo, el orgulloso y celoso se siente inferior a casi todo el mundo y, al no aceptarlo, se convierte en un envidioso por vocación.

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